Buenos días y muchas gracias a la Casa Cultural Sabor Andaluz y a la Asociación Cultural Rodeños Andaluces en Cataluña, por su invitación a hablar sobre Andalucía, España y la España plural. Y hacerlo además acompañado por Manuel Silva, alcalde de La Roda de Andalucía, y por el señor Francisco Díaz, diputado del Área de Infraestructuras de la Diputación de Sevilla.
De entrada, me van a permitir, que cuestione el acierto en elegirme para participar en esta conferencia. No soy, ni mucho menos, un conocedor calificado de la realidad política andaluza. A un alcalde, y me acompañan dos personas que conocen bien este cargo, le queda demasiado poco tiempo para atender los temas de política general. El gobierno de una ciudad es algo que requiere la más absoluta dedicación.
No estoy exento de interés por la realidad andaluza. Mis lazos familiares, soy hijo de andaluz y mis abuelos paternos y maternos también lo eran, me ayudan sin duda a entender mejor la idiosincrasia propia de andaluces y andaluzas.
Seguramente que el tono de lo que voy a decir podría ser diferente si el momento político fuera otro. Estamos a una semana de la aprobación –estoy seguro- en referéndum del Estatuto de Andalucía. Y hemos visto, esta misma semana, una de las más burdas maniobras política que nuestra historia democrática recuerda. Lo que se somete a recurso de institucionalidad no es una ley aprobada en el Parlament y en las Cortes Generales. Lo que se puede declarar inconstitucional es la voluntad, claramente expresada en referéndum, de la ciudadanía de Cataluña. Y encima se altera la normal composición del Tribunal Constitucional con una clara intencionalidad partidista y una irresponsabilidad política imposible de justificar.
Queda meridianamente demostrada la necesidad de reformar los estatutos, de adaptarlos a los nuevos tiempos, a las nuevas realidades y a los nuevos retos. Necesitamos nuevos marcos jurídicos que nos permitan dar respuesta a las nuevas necesidades de la sociedad del siglo XXI.
Los estatutos de autonomía son fundamentalmente un pacto entre territorios y el Estado. Territorios que podemos titular como nación o como realidad nacional. Todos sabemos que estamos diciendo. Pueblos con historia, tradición y cultura propia. En el caso catalán con lengua y derecho civil también propio. Diferencias aún más acentuadas en los llamados territorios forales. No existe una España homogénea. España es asimétrica por definición. Únicamente derechos y deberes deben ser simétricos.
Se equivocan los que apelan a la Constitución como algo inamovible y casi sagrado. La Constitución del 1978 fue un gran pacto. Un pacto, además, en el que muchos hicieron un gran esfuerzo de generosidad para pasar página en lugar de pasar cuentas. Por eso ese pacto, que algún día habrá que replantear y ajustar a las nuevas realidades, tiene que basarse fundamentalmente en el respeto mutuo. En el respeto a las idiosincrasias propias de cada territorio. Y tiene que dejar margen suficiente para el autogobierno con comodidad y para la corresponsabilidad en la toma de decisiones que nos afectan directamente. La Constitución no es un pacto de máximos, todo lo contrario, tiene que ser el pacto que pueda ser asumido por una gran mayoría colectiva e individual y que sirva para construir un proyecto político común.
Se equivocan los que utilizan la constitución como arma arrojadiza, como elemento de confrontación territorial con finalidad partidista. Alguien tendría que explicar por qué, artículos idénticos de los estatutos catalán y andaluz, pueden ser votados positivamente en Andalucía y recurrirse delante del Tribunal Constitucional en Cataluña.
En la España laica y plural, Díos nos libre de los neoconversos que siguen creyendo en la unidad de destino en lo universal.
Text de la meva xerrada d’aquest matí amb motiu del Día de Andalucía.
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